Para todos los gobiernos, los primeros días son para mandar señales, del estilo personal, de las prioridades, y de los ajustes de cuentas. En ese sentido, el de Rocío Nahle no tiene por qué ser distinto.
Para nadie es un secreto el origen y la cercanía política de la aún Fiscal Verónica Hernández Giadáns con Eric Cisneros, el otrora todopoderoso Secretario de Gobierno de Cuitláhuac García, quien hasta hace no mucho tiempo se daba el lujo de desmentir a su “jefe”. Y de quien por cierto hoy no se sabe nada.
El caso de la Fiscal, es uno de los tristemente célebres de la administración saliente, que como brazo ejecutor del ex gobernador, sirvió para encarcelar políticos opositores y amedrentar a voces críticas, incluidos periodistas.
Por si el mal manejo de lo estrictamente político no fuera suficiente, los resultados en la procuración de justicia para la población en general no son mejores.
En este arranque de sexenio valdría la pena enlistar los motivos que podrían hacer pensar que Hernández Giadáns pende de un hilo en la Fiscalía General del Estado:
Primero: El madruguete con el que obtuvo su nombramiento, símbolo de que lo que mal empieza, mal termina. Sin que esto signifique en absoluto una defensa de Jorge Winckler.
Segundo: Los abusos de la figura de ultrajes a la autoridad, con lo que privaron de su libertad a miles de veracruzanos.
Tercero: La lentitud para judicializar las carpetas de investigación en contra del clan Yunes, adversarios acérrimos de Rocío Nahle. Y misma que fuera criticada por la entonces candidata.
Cuarto: La propuesta enviada por el Diputado Diego Castañeda (uno de los más cercanos a la Gobernadora) para reducir el periodo del Fiscal y la posible permanencia en el cargo.
Quinto: El desaire que sufrió por parte de la Gobernadora ¡En la primera mesa de seguridad! En la que fue sentada (como dirían Los Tigres del Norte), allá en la mesa del rincón.
¿Qué otra señal necesitará la Fiscal para darse cuenta de que sus días en la dependencia están contados?
